Escúchalo, ¿lo oyes? Es el sonido de las personas.
Me piden que no te deje, que me quede algún tiempo más.
No siento nada, ni los brazos, ni las piernas, ni el alma. Pero algo de mí me impide apagarme.
Me dice que luche, que no me rinda. Que ahí fuera, en el lugar llamado mundo, hay un cielo lleno de polvo que tengo que conseguir quitar.
No sé cómo hacerlo, está tan lejos y mis brazos no llegan a alcanzarle. Me subo a las escaleras y si me descuido, he caído y tengo que volver a empezar.
Me cuesta subir más de lo que estoy. El dolor me impide avanzar.
Ya solo me queda medio dedo para alcanzar, siempre me ocurre lo mismo, y en la cima, caigo.
Vuelvo a subir, a caer, no me figuro , nadie se figura la fuerza que estoy haciendo.
De repente mi mano alcanza. Se ensucia de gris. La luz me da en los ojos y me ciega.
Es una luz tan hermosa, tan viva.
Aprendí a querer a la vida aunque ésta me odie. Aprendí a soportarla aunque esta me incordie. A taparme de las piedras, a no llorar por las penas. A sonreir por lo que viene, por el futuro que vendrá.
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