¿Sabes?
Siempre he creído que el mundo no valía nada. Que estábamos echos para sufrir. El sufrimiento se apoderaba, nos ahogaba. Que no había razón de sonreír, de vivir, de sentir, de querer. Que lo único que valía la pena era andar y aguantar. Que la vida nos lanzaba piedras y no podíamos sujetarlas. Que era demasiado el estrés y el dolor. Y por eso la muerte. Por eso el fin. Que veníamos para sufrir, y el único atajo era la muerte. Que no importaba cuantísimo nos alegráramos, porque siempre nos harían llorar. Se alegraban con nuestras lágrimas. Siempre pensé, que todos estaban compinchados para hacerme sufrir. Que fingían ser quien no eran. Que era una estúpida careta. Me lo llegué a creer, sí, porque logré estudiar que las personas se comportan de manera diferente. Pensé que el aire era tóxico. Que el amor no existía. Llegué a pensar que tendría que ponerme en una esquina a llorar. Que esa misma tarde moriría.
Y entonces recordé. Y supe por qué vine.
Porque vine a luchar. Porque vine a demostrarle al mundo que nada es imposible. Vine a demostrarle que me da igual que el agua me ahogue, o que la lava me queme. Que me da igual todo. Que me da igual que la gente no me quiera por como soy. Me da igual si crecemos, si los daños se apoderan de mí. Una cosa tengo clara:
Vine aquí a vivir. Vine a que no me empujaran, y si lo hacía, adelantar el pie. Vine a demostrarle a la vida lo dura de pelar que soy, y a decirle a la cara que es una puta, que no va a poder conmigo. Vine a decirle que jamás voy a llorar. Que voy a vivir el momento. Que voy a respirar el aire. Que voy a comerme el mundo. Que no importa quien tenga careta, porque será falsa. Que no voy a terminar ya. Que no voy a parar de soñar. Porque la vida son sueños. Sueños inalcanzables para algunos, y creíbles para otros. Sueños que no estaban vividos. Que no me iba a ir voluntariamente. Que iba a luchar por lo que quería. Que iba a respetar mis propias decisiones. Que iba a empezar a quererme a mí misma. Que iba a darme cuenta que lo que importa es tener confianza en uno mismo.
Y lo más importante de todo:
Que iba a sonreír. Tan fuerte, tan alto, que el mundo temblaría.
Porque a veces, una sonrisa, un gesto con la mirada, lo dice todo y no hacen falta las palabras<3.
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